Mala relación con los alimentos

Pan para hoy, hambre para mañana

Parece una solución, pero no lo es

Quiero aclarar en primero lugar, este post sobre la mala relación con los alimentos, de ninguna manera busca culpabilizar a nuestros padres.
Tengo claro que en la mayoría de los casos fue motivado por la desesperación de ver que sus hijos no comían y la preocupación de que esto les afectara en su salud.
Habrá otros casos que aquí leeran que son testimonios que envuelven otras temáticas y la mala relación con los alimentos es solo una pieza más de un puzzle muy complicado.
El objetivo de este post es ofrecerles un minuto de reflexión, un tiempo para pensarlo dos veces antes de caer en prácticas que creemos son nuestro úlitmo recurso.
Que aunque parezcan efectivas en ese momento, en algunos casos pueden acompañarse de problemas en el futuro.
¿Recuerdas algún alimento que te obligaban a comer?
¿Cómo es tu relación con esos alimentos que a la fuerza te hicieron comer?

Mala relación con los alimentos

20 años después

Te cuento algunas experiencias:
Yo era la típica “mala comedora” o esa fama tenía. Nunca he sido de muchas cantidades pero tenía muchos ascos y me gustaban más cosas antes que comer, me gustaba saltar, jugar, leer; para mi comer era perder el tiempo.
Era la pequeña de la familia y mi madre estaba muy volcada en mí y el tema de la comida la tenía por la calle de la amargura.
Las escenas de comida en mi casa, reconcido después por toda mi familia, eran de echarse a temblar.
Mala relación con los alimentos
Nunca fui una niña flaca, estaba perfectamente, pero mi madre le insistía al médico qe me diera algo para que comiera y él se negaba porque me encontraba sana.
Entonces a falta de los suplementos que no me ofrecía el médico, mi madre se los invitaba. De ahí apareció el famosos “cocido de carne”, una pieza buena de carne que le costaba bastante dinero y la hervía.
Me hacía tomarme ese jugo de carne, tengo ese olor y sabor metido en las entrañas.
En que consiste mi mala relación, que la ternera, la carne de sabor u olor muy fuerte no la puedo comer. Si la como es muy hecha o mezclada con salsas y mi frase cuando no puedo comerla es “que sabe mucho a carne”.
Hubo cosas que me ayudaron a mejorar esa relación con la comida, los campamentos me vinieron genial, sin la presión de mis padres y como los demás comían y yo les imitaba. Por eso soy muy partidaria el comedor escolar.
Lo de mala comedora me persigue aun de adulta, mis tíos aun le llaman a mi madre y le preguntan que tal como.

 

 

Anónimo:

Mi padre era mala persona, de esas que caen genial fuera de casa, y un monstruo en hogar, le daba palizas a mi madre y a mí también, aunque menos. Siempre había problemas a la hora de la comida, era cuando llegaba el infierno, mi madre me ponía mucha cantidad, y yo nunca era capaz de terminar el plato, así que ese plato quedaba para la cena y podía estar cuatro horas sentada delante de él, y sino para el desayuno, si lo comía y vomitaba, tenía que comer el vómito, lo que hacía que al final mi padre se enfadara aún más.
Siempre intentaba ocultar la comida, la tiraba por la ventana, la metía en la ropa, cuando se dieron cuenta que la tiraba a la basura. Cualquier cosa para no comerla. Y se convirtió en costumbre.
Cuando tenía 13 se divorciaron, tenía que ver a mi padre todos los domingos para comer, nunca quería ir, era seguir en el infierno. Mi madre es alcohólica, ya recuperada pero entonces fue la peor época, y ella me odiaba, el alcohol es así, saca lo peor de las personas, así que todos los defectos físicos, el culo muy grande, el estar regordeta, eran remarcados día sí y día también.  Me deprimía, me dava atracones con lo que me apetecia en modo desquiciado y,  luego lo vomitaba, y me odiaba por ello, odiaba estar gorda con 16, no lo estaba, estaba muy por debajo del peso recomendado.
Mala relación con los alimentos
Y entonces me “fui de casa”, me fui a vivir con la familia de un amigo, y luego mas adelante a compartir piso con unos amigos, y comer ya no era terrible, me enseñaron que no pasaba nada por no terminar el plato, fuimos al médico,  fui a cursos de cocina, era divertido hacer la comida, no era el fin del mundo si engordaba, y engordé, podía hacer ejercicio, tenía fuerzas y ganas. Deje de vomitar, aunque a veces, todavía hoy con casi 40, hay días que pienso he comido demasiado debería vomitar, o voy a acabar siendo una foca. Pero no lo hago.
Creo que más que los golpes, la mayor tortura de mi padre era obligarme a comer de niña, y eso me llevo a ser una adolescente con una relación terrible con la comida,  tuve suerte, conocí a una chica que falleció, y un chico que ha pasado media vida ingresado por los daños que se provoco. Obligar a comer es maltrato.

Eli de Neuras De Madre

De pequeña era de “buen comer”. Pero si que había un par de cosas que odiaba: las espinacas y el higado. A mi madre le dijeron que llevaba mucho hierro y una vez por semana tocaba comer esto. Mi estratégia para comermelo era mitigarlo con pan y ponerme mucho ketchup. Si no me lo terminaba el plato se iba a la nevera y me lo volvía a poner para cenar.

A día de hoy sigo odiando las espinacas y el higado.
Respecto a los desayunos y meriendas considero que comiamos sano. Leche, fruta y bocata. Pero los viernes me dejaba ir a la panadería a comprarme un croasant o donut. Gracias a restringir pero no prohibir el dulce, nunca he sido adicta a la bollería. A día de hoy sigue sin gustarme.
Anónimo
Las historias cuentan que yo siempre he comido muy mal, si le preguntas a mi madre yo nisiquiera quería mamar de pequeña.
Llegó el momento de los potitos y purés que cuentas detestaba y escupía. Llegamos a los trozos de cosas y empecé a comer.
Así que imagino si hubieran hecho Baby led weaning conmigo hubier sido mucho mejor comedora pero en ese tiempo eran purés sí o sí.
Como siempre me han dicho que comía mal, era muy selectiva en mis alimentos.
Usaron todos los trucos habidos y por haber para que comiera “te encerramos en el cuarto de la escoba”, “si no comes ahora te lo ponemos en la cena”, “si lo vomitas te lo comes”.
Al final yo era más cabezona y podía estar días sin comer. La primera vez que dejé de comer fue a los 7 años, les dije que me había clavado una espina de pescado en la garganta.
Me estuvieron haciendo estudios y al final me diagnosticaron anorexia psicógena.
Empecé a anotar cuanto pesaba y decía que estaba gorda pesando 43 kilos con 12 años.
A los 16 años me uní a la comunidad pro anorexia y bulimia, llegué a estar en una cuarta parte de mí.
Fui ingresasa y estuve en rehabilitación.
Me da miedo aún porque sé que esto está en mí, me da miedo comer de más o usar la comida para ocultarme en reuniones sociales.
No quiero echarle la culpa a mis padres, porque hicieron lo que consideraron correcto, pero creo que en parte afectó a mis decisiones. Porque en su afán de que comiera mejor igual debieron ver que comía lo que necesitaba.
Actualmente sigo librando una batalla, el diagnóstico que me dieron a los 7 años fue anorexia psicógena y a los 16 anorexia y a los 19 bulimia.
Quiero agradecer enormemente a quienes de manera pública y anónima han compartido sus experiencias.
No es el objetivo el asustar, pero creo que compartir es también una forma de aprendizaje.
Nadie experimenta en cabeza ajena, pero la vida no nos alcanza para vivirlo todo; siempre será una buena opción aprender de otros. 
Mala relación con los alimentos

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